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LA BOVEDA BOTÁNICA
1. El guayabo se tiene que ir
Érase una vez una bóveda llena de plantas extrañas como akees, guaranás, dedos de Buda... Incluso un guayabo que repelía desde tarántulas hasta piojos. Su dueño era el ídolo de todos los jardineros, ya que tenía varias áreas climáticas para cada planta, y un sistema eléctrico que funcionaba con biodiesel hecho con guaraná, esencia de Durian y pétalos de orquídea abeja.
Hasta tenía un ábaco hecho con fibra de mangle, madera de palisandro y semillas talladas de coco culo.También había hecho grandes descubrimientos agrícolas, como la sandía triangular que había creado el año anterior.
Pero había una cosa que le hacía sentirse incómodo, el causante de muchas quejas: el cálido guayabo tenía muchas guayabas y, cuando estaban maduras se caían en la cabeza de la gente. Tomó la fatídica decisión de que ese guayabo sería devuelto a México la mañana siguiente.
Tras llevarse el guayabo, se percató de que había un montón de seres muy conocidos y molestos entre los jardineros: los insectos.
El jardinero montó en cólera ya que se dio cuenta de que no dejarían ni una hoja sin devorar. Pensaba que, como el guayabo ya no estaba, los insectos no tenían ningún pesticida que les ahuyentara, así que su paraíso ecológico estaba condenado a la destrucción.
Entonces pensó que tendría que salir de allí, fuera de la bóveda, pilotando el magnífico helicóptero que había construido con fruto de mármol, con cristal hecho por él mismo con la arena de las plantas desérticas, hongos paraguas, madera de caoba maciza con bombas anti-insectos de menta de gato, una radio hecha con tendones de cardo ruso y curupay, y faros fabricados con clitócido del olivo. Todo estaba listo para despegar.
Al llegar a México, buscó al mercader de guayabas más cercano y le compró una, pero, a la hora de pagar, se dio cuenta de que que unas polillas atlas se habían comido su cartera de pétalos de loto chino.
Pensando, decidió que a cambio de la guayaba, le enseñaría la flor más pequeña del mundo y se la ofrecería. Era una minúscula wolffia arrhiza. Viendo que era tan bonita, el mercader aceptó el trato.
Al llegar tomó la decisión de proteger el brote de guayaba de los insectos. Por eso, aquella noche, puso plantas defensivas de todo tipo alrededor del brote de guayaba: curupays, que atraen a los murciélagos para que lo protejan; bayas de belladona, porque son muy venenosas; cactus porta-cuchillos, que cuando son comidos, colisionan contra los insectos pesados y les clavan sus pinchos; victorias amazónicas que flotan en charcas llenas de peces cerbatana; ceropegias, que atrapan a los insectos rápidos; pinguicolas, para atrapar a los insectos voladores como las moscas de la fruta; y la pasionaria, que envía hormigas hacia los animales que la quieren comer para protegerse.
Al igual que las plantas estaban listas, los mortíferos insectos también. Había toda clase de insectos: cucarachas, picudos rojos, avispas, pulgones, escarabajos joya, gorgojos del bambú, hormigas faraonas, perforadores del grano, moscas de la fruta, escarabajos de las pieles y polillas poodle.
La batalla duró una hora y resultó ser la batalla contra los insectos más larga y épica que había vivido ese jardinero en sus veinte años de profesión.
Al final de la batalla, el ejército de insectos ya se había retirado. El jardinero contempló detenidamente cómo las pinguicolas digerían lentamente sus humildes presas y aprendió una gran lección: que la naturaleza merece ser aceptada, aunque tenga formas extrañas de hacer las cosas.
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